domingo, 23 de enero de 2011

CUANDO MUERE TU PADRE

Como le ocurre a las personas que han tenido una experiencia de "casi muerte", aquellas que sufren un ataque al corazón, una embolia o caen en coma para más tarde recuperarse, mi vida ha pasado frente a mí. Muchas de ellas han relatado como en unos segundos, al borde de la muerte, los principales sucesos de su vida, los más queridos, los más felices, los más difíciles, los más dolorosos, pasan ante sus ojos como los cortos de una película. 

Yo no pasé por un evento traumático de esa naturaleza, sino por la enfermedad y muerte de uno de mis seres más queridos. Mi padre sufrió un ataque cerebral leve, dado el nivel del daño y su pronta recuperación, mantuvo casi todas sus funciones físicas y cerebrales intactas. En cuanto a su cerebro sólo tuvo dificultad para hablar rápido y recordar algunos datos menores; en lo físico perdió fuerza en el brazo y mano izquierda y no pudo caminar por unas semanas, lo cual logró de nuevo gracias a la terapia física a la que lo llevé cada semana, incluso comenzó a recobrar su mano izquierda. Desafortunadamente su reloj biológico había ya marcado sus últimas horas y el 24 de diciembre a las 8:05 de la noche murió, cinco minutos después de que mi madre lo dejara, como si sólo la estuviera esperando para darle el último adiós. Oficialmente, lo declararon muerto a las 8:25 después de 20 minutos de inútiles esfuerzos por reanimarlo. 

Cuando mi padre sufrió el ataque cerebral me quedé en su casa dos días de cada semana, poco a poco, durante esas noches y días los recuerdos fueron haciendo su aparición como en una pasarela. Recordé los cambios y los usos de cada una de las habitaciones de la casa a lo largo de 50 años. Por ejemplo, la habitación en la que me quedé, justo al lado de la de mi padre, fue una vez la habitación de mis padres, al lado de su cama estaba la cuna que usamos cada un@ de l@s herman@s. Después fue la habitación de mis hermanas y yo, para unos años después ser de mis hermanos varones. Cuando el menor se casó,  fue de mi hermano el que murió, justo ahí, a los 30 años. Tiempo después fue la recámara del hijo de una de mis hermanas. Hoy es la habitación de las visitas.

Por su parte, la última recámara de mi papá estaba situada en la planta baja pues ya no podía subir y bajar escaleras, años antes fue la de su madre, mi abuela, posteriormente, la compartimos con él mis hermanas y yo, mientras mi mamá dormía al lado con l@s  hij@s menores. Pocos años después, esa fue la recámara de mis hermanas y mía, para luego ser ocupada por una de mis hermanas, su esposo y su primer hijo, luego por mi hermana menor, su esposo y sus dos hijos, uno de los cuales se mudó a la recámara que es hoy para las visitas.

Cuando mi abuela, a quien llamábamos "mamita", murió, ampliamos la casa hacia el departamento de arriba, lo que algún día fue sala y comedor se convirtió en la recamara de todas las hermanas (4, por cierto), la recámara de mi abuela en la habitación de mi papá y mi mamá, y  la recámara que fue de ellos en la de mis hermanos.

Siguiendo con los espacios, recordé el patio en forma de "L" que rodea la mitad de la casa. En él pudimos mis hermanos, hermanas y yo jugar, correr, andar en bicicleta, patinar, gritar, imaginar, soñar, tener mascotas (alguna vez tuvimos 5 perros al mismo tiempo). En aquella casa, en la que viví por 23 años, yo soñaba con el futuro. En ella me veía a mí y a mis hermanos y hermanas, estudiando, trabajando, cuidando una familia. Poco a poco el tiempo se encargó de mostrarme que los sueños, sólo son sueños y que lo que imaginamos para el futuro depende de tantos avatares que al final, hacemos lo que podemos.

En este recorrido espacial ha sido triste imaginar todos esos cambios para terminar observando una casa que se va quedando sola, que se hace cada vez más grande, más fría, más vacía. Muchos otros cambios han ocurrido, pero mi intención al narrarlos sólo fue ejemplificar una parte de los muchos recuerdos que han venido a mi memoria, por lo que la recuperación de los espacios y sus múltiples usos queda aquí.

Pero mis recuerdos no paran ahí, el deterioro de la fuerza física de mi padre y su cercanía con la muerte me hicieron remontarme al pasado y recuperar momentos gratos como: las rebanadas de pastel de rica crema chantilli (llamadas "reinas") que él me compraba cuando íbamos solos a la panadería; mi primer reloj (él me lo compró), mi primer coche (él me ayudó a pagarlo); la vez que me enseñó a abrir un franco de mayonesa sin la ayuda de nadie, simple lección gracias a la cual me volví independiente al aprender que siempre hay una forma de hacer las cosas, al menos las sencillas, sin esperar la ayuda de otras personas.

Grandes trozos de vida que mi memoria guarda celosamente y que escribo ahora para que no se pierdan en la inmensidad del tiempo, como los recuerdos de mi padre. Cuenta mi madre que en las últimas semanas antes de su muerte sacaba un conjunto de fotografías para verlas y verlas, tratando de atrapar parte de su vida y a aquellas personas con las que la compartió. Que pena que no lo supe a tiempo, no se me ocurrió ver esas fotos con él, muchas de las cuales no conocía, y preguntarle. ¿Quién es la mujer o el hombre de esa foto? ¿Qué lugar es ese? ¿Eras tú uno de esos niños? ¿Qué edad tenías? ¿El perro de la fotografía era tu mascota? ¿Quién es ese hombre que parece galán de cine? ¿Quién es esa mujer que parece artista? ¿Quiénes son todas esas personas que aparecen fuera de una iglesia posando para la foto como en una vieja película mexicana del tiempo de la Revolución?.... Cuantas preguntas quedaron sin respuesta, cuantas historias sin contar, cuantos nombres, lugares, hechos perdidos para la memoria. Es triste pues ya no puedo preguntarle nada.

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