Por: Ivonne Acuña Murillo
La muerte de Fidel
Castro, el pasado 25 de noviembre, no sólo marca el final del siglo XX, sino el
final de las utopías surgidas en el siglo XIX, a la luz del pensamiento
ilustrado del siglo XVIII, la creencia en la razón y el optimismo de suponer a
la humanidad en tránsito hacia una etapa superior, en la cual el ser humano
alcanzaría su plenitud.
Con él se terminan las
utopías que nutrieron a más de una generación y que les permitieron pensar en
el futuro de una manera positiva, activa y revolucionaria. Muchos hombres y
mujeres se entregaron a la búsqueda de un mundo mejor para todos y todas, en el
que a la gente se le daría en función de su necesidad y no de su capacidad,
donde no habría desigualdad, hambre, ignorancia, desamparo.
No sólo muere Fidel,
muere también el último líder socialista, expresión de un proyecto de sociedad,
que hoy por hoy ha perdido ante la contundencia del fracaso del llamado
socialismo real y la extensión en su lugar de un capitalismo rapaz y brutal.
Irónicamente, Castro deja
el mundo en un momento en el cual el capitalismo, en su última etapa, la
neoliberal, la del libre comercio, la de las fronteras abiertas, no sólo hace
agua, sino que comienza a retrotraerse toda vez que los dos países que lo
iniciaron e impusieron al mundo dan un paso atrás y pretenden volver a un
esquema económico proteccionista. Es el caso de Gran Bretaña y su próxima
salida de la Unión Europea y el de los Estados Unidos con Donald Trump como
próximo presidente y sus amenazas de construcción de muros y alzas de impuestos
a productos mexicanos en la frontera, en sanciones a empresas que lleven sus
plantas a otros países, etcétera.
Muere Castro y lo que
quedaba de un proyecto societal que le plantaba cara al capitalismo y que se
ofrecía como una opción a un sistema económico que, sin contrapesos, deja al
mercado y a la competencia la distribución de los recursos, incluso de aquellos
vitales para la vida, como la comida y el agua.
El sueño ilustrado de los pensadores utópicos como Robert Owen, El conde de Saint-Simon, Charles Fourier,
incluso de Karl Marx, cuyo proyecto supuestamente pasaba de la utopía a
la factibilidad, se ha perdido sin que ocupen su lugar nuevas formas de pensar
el mundo, dejando al capitalismo como la única opción.
La desigualdad, la pobreza, la incertidumbre, la vida sin seguridad en
el empleo, la falta de seguridad social, la acumulación de la riqueza en unos
cuantos, la miseria de la inmensa mayoría, la exclusión, la violencia como
forma alternativa de hacerse de recursos no pueden ser lo único que nos depare
el futuro.
Urgen hombres y mujeres que como Castro sean capaces de liderar
revoluciones y construir proyectos alternativos que nos lleven a la
construcción de sociedades equitativas y no excluyentes.
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