martes, 27 de diciembre de 2016

“UN CUENTO DE PEÑAVIDAD”

Por: Ivonne Acuña Murillo

Se narra que en un pobre país ubicado “tan cerca de Trump y tan lejos de la gobernabilidad”, donde las “cosas buenas no se cuentan, pero cuentan mucho” y donde ningún mandatario se levanta pensando cómo “joder a su nación”, existió un día un presidente que, sin importar lo que hiciera, no podía elevar sus índices de popularidad.

El conflicto interno que esto le significó fue tan profundo que día tras día buscaba la manera de posicionarse, mediante spots, declaraciones inesperadas, promesas en torno a 11 reformas estructurales, peticiones de perdón por lo hecho bien que se interpretó mal, invitaciones a candidatos extranjeros, etcétera. A pesar de lo cual, tan sólo 2 de cada 10 gobernados aprobaban su gestión.

Dos días previos a la Nochebuena, para ser exacta, agobiado por todos sus esfuerzos y los logros no alcanzados pensó que sería mejor no haber nacido. A los pocos segundos apareció frente a él un ángel enviado por quien todo lo ve, ¡no!, Santa Claus no, el todopoderoso, a quien algunos llaman “el innombrable”, para hacerlo entrar en razón y persuadirlo de lo importante que ha sido su vida para muchas personas y de las implicaciones que tendría que él no hubiera nacido.

En eso estaban cuando de pronto un amigo suyo, mejor conocido como el “vicepresidente”, quien dejó primero este mundo, entiéndase el gabinete, pero que amenaza con volver, le advirtió que tres espíritus, el de las Navidades pasadas, el de la Navidad presente y el de la Navidad futura, le visitarían la noche siguiente para convencerlo de lo mal que había actuado y darle la última oportunidad para enderezar su camino sexenal. El ángel, perteneciente al pequeño grupo, formado por los asesores de Atlacomulco, intentó hacer valer su derecho de primacía, para hacer comprender a aquel desesperado hombre lo inapropiado de su deseo.

Los reclamos del ángel fueron infructuosos, palabra que sonó extraña a los oídos de aquel hombre, la cual no pudo repetir correctamente y sólo alcanzó a balbucear “infructuchur”, una y otra vez. Finalmente, después de mucho negociar, ambos, el enviado del todopoderoso y el vicepresidente acordaron “coadyuvar”, en buen cristiano, contribuir, para que su protegido corrigiera sus errores, esos que no son errores, aunque la población los perciba como tales, y dejara de pensar en lo oportuno que hubiera sido no haber nacido.

Como el vicepresidente prometió, al otro día, al sonar en el reloj la una de la madrugada, el primer espíritu apareció, venía acompañado del ángel de Atlacomulco, quien por cierto no tiene nada que ver con Los Ángeles Azules, aquellos que cantan “17 años”, “El listón de tu pelo” y esas cosas y que en adelante será nombrado como Atlaco (no Atraco, aclaro). Juntos llevaron a, quien de ahora en adelante sólo llamaré “Quique” por eso de la familiaridad, al pasado, a rememorar su primera Navidad cuando tenía un año y andaba en su carrito de pedales, lo llevaron también a la casa de su abuela, la cual le trajo muy buenos recuerdos. En ese momento aprovechó Atlaco para enfatizar lo malo que hubiera sido para su abuela si él no hubiera nacido, ¿con quién iba ella a compartir sus charales con huevo? ¿a quien iba a darle su pan con nata y a ponerle los discos de Jorge Negrete?

El primer espíritu, que en adelante se seguirá llamando “el primer espíritu”, al igual que el segundo y el tercero, viró entonces y llevó a Quique a sus épocas de universitario en las que terminó con éxito su licenciatura, gracias a una tesis sobre el presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón. En este caso, se desconoce la intención del primer espíritu, no se sabe si lo hizo con ganas de mostrarle algo bueno, ocurrido en el pasado, o algún pecadillo inconfesado.

Así pasaron lo que parecieron ser horas, recordando los mejores momentos de un joven que hasta entonces no había iniciado su carrera política y no contaba con un reloj grabado con su nombre en la prestigiosa y excesivamente cara tienda Bijan, situada en Beverly Hills. Fue entonces cuando el primer espíritu, dando un salto en el tiempo, obligó a Quique a presenciar el momento cuando en la FIL de Guadalajara no pudo nombrar los tres libros que marcaron su vida. No conforme, lo torturó haciéndole recordar el momento en que no supo, por no ser la señora de la casa, en cuánto estaba el salario mínimo, el kilo de tortilla o el de carne. Por si fuera poco, lo forzó a presenciar la visita al país de cierto candidato a presidente y la indignación y las burlas que esto provocó en propios y extraños.

De inmediato, Atlaco intervino y sin dudar dijo “¡Vaya un pecado!, si no hubiera sido por esos pequeños desaciertos, la gente en las redes sociales no hubiera podido diseñar y compartir los memes que han sido la delicia de miles, de millones. ¿De quién entonces se hubieran reído? ¿En quién se hubieran ensañado? Acaso ¿seguirían burlándose de Ninel Conde y la llegada del “surimi”? Ves, dijo dirigiéndose a Quique, lo importante que es que hayas nacido. No le faltó decir a Atlaco que, si él no existiera, el público telenovelero se hubiera perdido la cobertura que los programas de espectáculos dieron al romance de una pareja de ensueño, formada por la actriz más popular del momento y el candidato más amplia y mediáticamente exhibido y del momento en que éste último hizo saber al Papa Benedicto XVI que se casaría con “la Gaviota”, nombre artístico de la elegida, y del evento supremo, la boda por supuesto.

Una vez terminado el turno del primer espíritu apareció el segundo, el de la Navidad presente, con quien también iba Atlaco. Este espíritu se dedicó a mostrar a Quique cómo, en esta Navidad, la gente pasará la noche del 24. Le hizo recorrer el país y pasar sobre Ayotzinapa, Tanhuato, Tlatlaya, donde en cientos de hogares las familias extrañan a sus familiares muertos, desaparecidos o ajusticiados. Lo obligó a sobrevolar un territorio lleno de lugares ingobernables, pueblos abandonados, fosas clandestinas, a corroborar el aumento en los precios del gas y las gasolinas, así como el desabasto que de éstas últimas padecen Michoacán, Guanajuato y otros estados. Lo forzó a compartir “la cena” de quienes no tienen que comer.

Así transcurrió el tiempo en estas y otras tragedias hasta que, cansado, Atlaco lo arrebató de la mano del segundo espíritu para mostrarle cómo, la que no sería su esposa por él no haber nacido, pasaría la Navidad presente en una humilde casa, en nada parecida a la gran residencia de Las Lomas conocida como “La Casa Blanca”. Le hizo observar cómo ni ella ni sus hijas tendrían vestidos de diseñador, comprados en Beverly Hills y pagados con recursos públicos, ¡perdón! con su salario de actriz, en importante televisora. Le dejó saber que sus calendarios en bikini seguirían colgados, estas Nochebuena y Navidad, en las paredes de humildes talleres mecánicos.

Al terminar la segunda visita, el tercer espíritu, que para mayores señas se parecía a Donald Trump, hizo su aparición. Lo primero que hizo, aunque ustedes no lo crean, no fue llevar a Quique a su tumba, pues al sexenio aún le restan dos años, por lo menos en tiempo calendárico que no político, pues algunos maledicentes afirman que el sexenio ya se acabó.

El último espíritu hizo caminar a Quique al lado del gran muro que será construido en la frontera norte, junto a las miles de mercancías nacionales que no pasarán la línea fronteriza al no poder pagar los altos aranceles cobrados por el gobierno del vecino país. Lo hizo codearse con los millones de connacionales que serán deportados por el mismo gobierno que, ante la desesperación de volver a su vida de antes, sin trabajo, oportunidades, estudios, alimentación adecuada tratarán infructuosamente, infruc… ¿qué?, volvió a preguntar Quique, de entrar al país que habrá de expulsarlos.

Para no romper la armonía de lo hecho por los espíritus anteriores, el de la Navidad futura insistió cruelmente en mostrar a Quique todo lo que ocurrirá en los dos años que le restan a su administración: falta de resultados en torno a las reformas estructurales, a la estrategia de seguridad nacional, al combate a la corrupción, al narco y la delincuencia organizada, a la lucha en contra de la impunidad, la pobreza, la desigualdad y el desempleo. Pero lo peor, no será el derrumbe de sus verdades históricas ni la persistencia de la post-verdad, a partir de la cual se negará la contundencia de los hechos vía la manipulación de las emociones y las creencias, sino la persistente caída de su popularidad.

Así, como en un relato circular, el problema con el que comenzó esta historia, vuelve a aparecer. Es aquí que Atlaco tuvo que hacer su mejor esfuerzo, para mostrar a Quique todas las cosas buenas que ocurrirán en los dos años por venir, mismas que no se contarán, pero contarán mucho para, finalmente, hacerlo desistir de su deseo de no haber nacido.

Desde esta colaboración se agradece la coadyuvancia, en español cotidiano, “contribución a la ayuda” de quien esto escribe, de Charles Dickens y su obra A Christmas Carol (Cuento de Navidad), cuyo personaje central Ebenezer Scrooge ha sido estelarizado por muchos actores, entre ellos Francis Bushman (1912), Seymour Hicks (1935), Alastair Sim (1951), Albert Finney (1970), George C. Scott (1984) y muy recientemente por Jim Carrey (2009), en una película de dibujos animados; y a Philip Van Doren Stern, escritor de The Greatest Gift (El mayor regalo), llevada al cine por Frank Capra como It's a Wonderful Life (Que bello es vivir o Es una vida maravillosa) y protagonizada por James Stewart, en 1946, sin cuya inspiración “Un cuento de Peñavidad” no hubiera sido posible. No se preocupen, ya sé que no aplauden.


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