Por:
Ivonne Acuña Murillo
Se
narra que en un pobre país ubicado “tan cerca de Trump y tan lejos de la
gobernabilidad”, donde las “cosas buenas no se cuentan, pero cuentan mucho” y
donde ningún mandatario se levanta pensando cómo “joder a su nación”, existió
un día un presidente que, sin importar lo que hiciera, no podía elevar sus
índices de popularidad.
El
conflicto interno que esto le significó fue tan profundo que día tras día
buscaba la manera de posicionarse, mediante spots, declaraciones inesperadas, promesas
en torno a 11 reformas estructurales, peticiones de perdón por lo hecho bien
que se interpretó mal, invitaciones a candidatos extranjeros, etcétera. A pesar
de lo cual, tan sólo 2 de cada 10 gobernados aprobaban su gestión.
Dos
días previos a la Nochebuena, para ser exacta, agobiado por todos sus esfuerzos
y los logros no alcanzados pensó que sería mejor no haber nacido. A los pocos
segundos apareció frente a él un ángel enviado por quien todo lo ve, ¡no!,
Santa Claus no, el todopoderoso, a quien algunos llaman “el innombrable”, para
hacerlo entrar en razón y persuadirlo de lo importante que ha sido su vida para
muchas personas y de las implicaciones que tendría que él no hubiera nacido.
En
eso estaban cuando de pronto un amigo suyo, mejor conocido como el
“vicepresidente”, quien dejó primero este mundo, entiéndase el gabinete, pero
que amenaza con volver, le advirtió que tres espíritus, el de las Navidades
pasadas, el de la Navidad presente y el de la Navidad futura, le visitarían la
noche siguiente para convencerlo de lo mal que había actuado y darle la última
oportunidad para enderezar su camino sexenal. El ángel, perteneciente al
pequeño grupo, formado por los asesores de Atlacomulco, intentó hacer valer su
derecho de primacía, para hacer comprender a aquel desesperado hombre lo inapropiado
de su deseo.
Los
reclamos del ángel fueron infructuosos,
palabra que sonó extraña a los oídos de aquel hombre, la cual no pudo repetir
correctamente y sólo alcanzó a balbucear “infructuchur”, una y otra vez.
Finalmente, después de mucho negociar, ambos, el enviado del todopoderoso y el
vicepresidente acordaron “coadyuvar”, en buen cristiano, contribuir, para que
su protegido corrigiera sus errores, esos que no son errores, aunque la
población los perciba como tales, y dejara de pensar en lo oportuno que hubiera
sido no haber nacido.
Como
el vicepresidente prometió, al otro día, al sonar en el reloj la una de la madrugada,
el primer espíritu apareció, venía acompañado del ángel de Atlacomulco, quien
por cierto no tiene nada que ver con Los Ángeles Azules, aquellos que cantan
“17 años”, “El listón de tu pelo” y esas cosas y que en adelante será nombrado
como Atlaco (no Atraco, aclaro). Juntos llevaron a, quien de ahora en adelante sólo
llamaré “Quique” por eso de la familiaridad, al pasado, a rememorar su primera Navidad
cuando tenía un año y andaba en su carrito de pedales, lo llevaron también a la
casa de su abuela, la cual le trajo muy buenos recuerdos. En ese momento
aprovechó Atlaco para enfatizar lo malo que hubiera sido para su abuela si él
no hubiera nacido, ¿con quién iba ella a compartir sus charales con huevo? ¿a
quien iba a darle su pan con nata y a ponerle los discos de Jorge Negrete?
El
primer espíritu, que en adelante se seguirá llamando “el primer espíritu”, al
igual que el segundo y el tercero, viró entonces y llevó a Quique a sus épocas
de universitario en las que terminó con éxito su licenciatura, gracias a una
tesis sobre el presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón. En este caso, se
desconoce la intención del primer espíritu, no se sabe si lo hizo con ganas de
mostrarle algo bueno, ocurrido en el pasado, o algún pecadillo inconfesado.
Así
pasaron lo que parecieron ser horas, recordando los mejores momentos de un
joven que hasta entonces no había iniciado su carrera política y no contaba con
un reloj grabado con su nombre en la prestigiosa y excesivamente cara tienda
Bijan, situada en Beverly Hills. Fue entonces cuando el primer espíritu, dando un
salto en el tiempo, obligó a Quique a presenciar el momento cuando en la FIL de
Guadalajara no pudo nombrar los tres libros que marcaron su vida. No conforme,
lo torturó haciéndole recordar el momento en que no supo, por no ser la señora
de la casa, en cuánto estaba el salario mínimo, el kilo de tortilla o el de carne.
Por si fuera poco, lo forzó a presenciar la visita al país de cierto candidato
a presidente y la indignación y las burlas que esto provocó en propios y
extraños.
De
inmediato, Atlaco intervino y sin dudar dijo “¡Vaya un pecado!, si no hubiera
sido por esos pequeños desaciertos, la gente en las redes sociales no hubiera
podido diseñar y compartir los memes que han sido la delicia de miles, de
millones. ¿De quién entonces se hubieran reído? ¿En quién se hubieran ensañado?
Acaso ¿seguirían burlándose de Ninel Conde y la llegada del “surimi”? Ves, dijo
dirigiéndose a Quique, lo importante que es que hayas nacido. No le faltó decir a
Atlaco que, si él no existiera, el público telenovelero se hubiera perdido la
cobertura que los programas de espectáculos dieron al romance de una pareja de
ensueño, formada por la actriz más popular del momento y el candidato más
amplia y mediáticamente exhibido y del momento en que éste último hizo saber al
Papa Benedicto XVI que se casaría con “la Gaviota”, nombre artístico de la
elegida, y del evento supremo, la boda por supuesto.
Una
vez terminado el turno del primer espíritu apareció el segundo, el de la Navidad
presente, con quien también iba Atlaco. Este espíritu se dedicó a mostrar a
Quique cómo, en esta Navidad, la gente pasará la noche del 24. Le hizo recorrer
el país y pasar sobre Ayotzinapa, Tanhuato, Tlatlaya, donde en cientos de
hogares las familias extrañan a sus familiares muertos, desaparecidos o
ajusticiados. Lo obligó a sobrevolar un territorio lleno de lugares
ingobernables, pueblos abandonados, fosas clandestinas, a corroborar el aumento
en los precios del gas y las gasolinas, así como el desabasto que de éstas
últimas padecen Michoacán, Guanajuato y otros estados. Lo forzó a compartir “la
cena” de quienes no tienen que comer.
Así
transcurrió el tiempo en estas y otras tragedias hasta que, cansado, Atlaco lo
arrebató de la mano del segundo espíritu para mostrarle cómo, la que no sería
su esposa por él no haber nacido, pasaría la Navidad presente en una humilde casa,
en nada parecida a la gran residencia de Las Lomas conocida como “La Casa
Blanca”. Le hizo observar cómo ni ella ni sus hijas tendrían vestidos de
diseñador, comprados en Beverly Hills y pagados con recursos públicos, ¡perdón! con
su salario de actriz, en importante televisora. Le dejó saber que sus
calendarios en bikini seguirían colgados, estas Nochebuena y Navidad, en las
paredes de humildes talleres mecánicos.
Al
terminar la segunda visita, el tercer espíritu, que para mayores señas se
parecía a Donald Trump, hizo su aparición. Lo primero que hizo, aunque ustedes
no lo crean, no fue llevar a Quique a su tumba, pues al sexenio aún le restan
dos años, por lo menos en tiempo calendárico que no político, pues algunos
maledicentes afirman que el sexenio ya se acabó.
El
último espíritu hizo caminar a Quique al lado del gran muro que será construido
en la frontera norte, junto a las miles de mercancías nacionales que no pasarán
la línea fronteriza al no poder pagar los altos aranceles cobrados por el
gobierno del vecino país. Lo hizo codearse con los millones de connacionales que
serán deportados por el mismo gobierno que, ante la desesperación de volver a
su vida de antes, sin trabajo, oportunidades, estudios, alimentación adecuada
tratarán infructuosamente, infruc… ¿qué?, volvió a preguntar Quique, de entrar al
país que habrá de expulsarlos.
Para
no romper la armonía de lo hecho por los espíritus anteriores, el de la Navidad
futura insistió cruelmente en mostrar a Quique todo lo que ocurrirá en los dos
años que le restan a su administración: falta de resultados en torno a las
reformas estructurales, a la estrategia de seguridad nacional, al combate a la
corrupción, al narco y la delincuencia organizada, a la lucha en contra de la impunidad,
la pobreza, la desigualdad y el desempleo. Pero lo peor, no será el derrumbe de
sus verdades históricas ni la persistencia de la post-verdad, a partir de la
cual se negará la contundencia de los hechos vía la manipulación de las
emociones y las creencias, sino la persistente caída de su popularidad.
Así,
como en un relato circular, el problema con el que comenzó esta historia,
vuelve a aparecer. Es aquí que Atlaco tuvo que hacer su mejor esfuerzo, para
mostrar a Quique todas las cosas buenas que ocurrirán en los dos años por
venir, mismas que no se contarán, pero contarán mucho para, finalmente, hacerlo
desistir de su deseo de no haber nacido.
Desde esta colaboración se agradece la
coadyuvancia, en español cotidiano, “contribución a la ayuda” de quien esto
escribe, de Charles Dickens y su obra A Christmas Carol (Cuento de Navidad), cuyo personaje
central Ebenezer Scrooge ha sido estelarizado por muchos actores, entre ellos
Francis Bushman (1912), Seymour Hicks (1935), Alastair Sim (1951), Albert Finney
(1970), George C. Scott (1984) y muy recientemente por Jim Carrey (2009), en
una película de dibujos animados; y a Philip Van Doren
Stern, escritor de The Greatest Gift (El
mayor regalo), llevada al cine por Frank Capra como It's a Wonderful Life (Que
bello es vivir o Es una vida maravillosa) y protagonizada por James Stewart,
en 1946, sin cuya inspiración “Un
cuento de Peñavidad” no hubiera sido posible. No se preocupen, ya sé que no
aplauden.